ADRIANO
La tenía en mis brazos, desnuda, dormida, tan frágil y tan fuerte al mismo tiempo que me parecía imposible soltarla. Sus cabellos se derramaban como una cascada oscura sobre mi pecho, su respiración tibia marcaba un ritmo que calmaba a la bestia en mi interior. Pasé mis dedos por su espalda desnuda, lenta, reverente, y besé su piel como si fuera lo mas delicado del mundo.
Dalia. Mi flor. La madre de mis hijos. El único lugar donde todo en mí se volvía humano.
La apreté un instante más, grabando en mi memoria la suavidad de sus curvas contra mí, antes de obligarme a dejarla descansar. Salí con cuidado de la cama, como si me moviera en un campo minado, evitando que el colchón se hundiera demasiado. No quería despertarla. Ella necesitaba reposo más que nadie, llevaba a mis tres hijos en su vientre.
Me puse un pantalón negro y una polera, todavía impregnado con el aroma de su piel. Mi cuerpo me pedía volver a su calor, pero la otra parte de mí, el hombre que comanda y protege, sa