ADRIANO
Subí las escaleras con Dalia en brazos. Sentía el peso ligero de su cuerpo y el fuego dulce de su respiración en mi cuello.
—Amor, puedo caminar —protestó suavemente.
—Por milésima vez, mi flor, no mientras esté yo —le respondí, firme, ajustándola un poco más contra mi pecho.
Suspiró y me acarició la barba con la yema de los dedos.
—Adriano… gracias.
—¿Por qué?
—Por aceptar a Alessandro. No quería perder a mi prima. Y es la primera vez que la veo enamorada de verdad.
Sonreí de lado, con ironía.
—Sí. Y la primera vez que Alessandro se enamora… Increíble. Tu prima y mi primo. Al final, todo queda en familia.
Entré a la habitación y la deposité con suavidad sobre la cama. Le quité los zapatos con cuidado, como si fueran de cristal, y saqué el frasco de aceite de lavanda. El mismo que ella usaba para mí cuando estaba postrado, el mismo que me devolvía la calma en la oscuridad. Vertí unas gotas en mis manos y comencé a masajearle las piernas. Estaban un poco hinchadas por llevar a