ADRIANO
Entré a la casa hecho una furia detrás de ella, la rabia me consumía, solo pensar que ese bastardo le pudo hacer daño me volvía loco.
Ella giró para encararme en la sala.
—¡Estás exagerando!
—¡No, no lo estoy! —di un paso hacia ella, señalándola con el dedo, la voz vibrando de pura rabia—. Ese maldito pudo haberte hecho daño en cualquier momento. ¿Qué quieres? ¿Que ponga guardaespaldas que te sigan todo el día? ¿Eso quieres?
—¡No! ¡No se te ocurra! —gritó, sus ojos brillando de molestia.
Yo avancé otro paso, mi pecho subiendo y bajando agitado.
—¡Pues si tú no te cuidas, Dalia, yo voy a hacerlo! ¿Me escuchas? ¡No me obligues a envolverte en cadenas solo para mantenerte con vida!
Ella apretó los labios, temblando, pero no apartó la mirada. Esa terquedad suya, esa necesidad de enfrentarme, me partía en dos: entre querer besarla para callarla y querer gritarle hasta que entendiera el miedo que me estaba matando por dentro.
Me pasé una mano por el cabello, desesperado, caminando p