ANNALENA
La mañana aún olía a madrugada cuando sonó mi celular sobre la mesita de noche. Apenas lo escuché, rodé entre sábanas y gemí de fastidio. Armando, en cambio, abrió un ojo, con ese gesto medio asesino que tiene cuando alguien interrumpe su descanso. Tomé el teléfono rápido, no fuera a ser que lo estrellara contra la pared como otras veces.
—¿Adriano? —pregunté en un murmullo, cuidando de no sonar tan dormida.
La voz de él salió firme, pero cargada de urgencia.
—Lena, necesito un favor. Quiero que le preguntes a Armando si puede planear la boda del mejor amigo de Dalia. Tú eres amiga de él, confío en ti.Miré de reojo al hombre desnudo que yacía a mi lado. La sábana apenas cubría sus caderas, su espalda todavía marcada de lo que hicimos toda la