ADRIANO
El rugido del motor llenaba el auto con una cadencia que calmaba mis pensamientos. La ciudad se estiraba frente a mí, iluminada por los faroles y las luces que parpadeaban como testigos discretos de lo que acababa de hacer. Layla había caído. Finalmente. Su nombre ardía en los titulares y su mundo se desmoronaba justo como ella quiso hacer con el mío.
Apreté el volante con una mano mientras la otra descansaba sobre la palanca de cambios. Sentía la adrenalina fluir, ese pulso que solo aparece cuando una jugada sale exactamente como la planeaste. Gael había sido brillante; Enzo, eficaz como siempre. Todo estaba en orden. El proyecto Costa Brava se mantenía intacto, los inversores tranquilos, y mi familia a salvo.
Por fin podía respirar.
El altavoz del coche sonó con un timbre cortante. Miré el número en la pantalla digital y sonreí con un gesto que no llegó a mis ojos.
Layla.
Respondí sin dudar, bajando el volumen de la música.
—¿Fuiste tú, cierto? —Su voz sonó rota, cargada de