Todavía podía sentir el sabor del papel en la boca.
Un maldito billete.
Jamás, en toda mi vida, una mujer había tenido las agallas de hacerme eso. Yo estaba acostumbrado a miradas rendidas, sonrisas coquetas, a que bastara un gesto de mis labios para que se deshicieran frente a mí. Pero esa mujer… esa mujer me había escupido fuego en los ojos y me había obligado a comer tierra.
Me descubrí sonriendo mientras caminaba entre la multitud. El cabello suelto, los labios tensos de rabia, la forma en que me lanzó esas palabras como cuchillos…
“—Ojalá aprendas a tratar a una mujer, hijo de puta.”
Carajo.
Jamás había visto tanta furia contenida en un cuerpo tan pequeño.
Y sin embargo, no era solo su carácter lo que me había dejado intrigado. Fue la manera en que no tembló frente a mí. Podía haber retrocedido, podía haberse asustado al ver mi tamaño, mis tatuajes, mi mirada… pero no. Ella me empujó, me insultó, me desafió, y lo peor… me gustó.
Me gustó demasiado.
Mientras me encendía un cigarro