Ella tenía que seguir siendo mía.
GAEL
Pasaron los días.
No fui a verla.
Pregunté por ella, sí… a los médicos, a la enfermera, incluso a Lia.
Pero no me atreví a entrar a esa habitación.
Sabía que si la veía, si escuchaba su voz, todo lo que había tratado de reconstruir en mi cabeza se derrumbaría otra vez.
Así que me refugié en mi rutina: entrenamientos, reuniones, trabajo, whisky.
Dormía poco, comía menos.
Y cuando cerraba los ojos, la veía: tirada en el suelo, llena de sangre, sus labios temblando mientras decía que me amaba desde los quince años.
Cada vez que recordaba su voz, una parte de mí quería correr a buscarla.
Y otra parte me gritaba que no lo hiciera.
Que no volviera a confiar.
Esa lucha interna me estaba matando.
Esa mañana, después de revisar el informe del equipo de campo, pasé por el pasillo del área médica.
No tenía intención de detenerme, pero escuché risas.
Risas masculinas.
Y su voz.
Me quedé quieto, al otro lado de la puerta.
La enfermería estaba abierta.
—De verdad, Any, esa lucha fue