La mansión respiraba otro aire desde que Alessia había llegado con Enzo. Era como si cada rincón se hubiera llenado de pasos nuevos, de voces diferentes y de un movimiento que hacía mucho no veía. Las cortinas se mecían con el viento suave de la mañana, y en el pasillo se escuchaban risas bajas: la voz de Jacke mezclada con la de Alessia.
Yo estaba sentada en uno de los sillones de la sala principal, acariciando mi vientre ya abultado de casi siete meses. Sentía el peso de los trillizos en cada movimiento, pero también esa sensación cálida de tenerlos conmigo, moviéndose bajo mi piel, recordándome que la vida seguía creciendo incluso en medio de todo el caos que nos rodeaba.
Alessia apareció en el marco de la puerta. Se la veía nerviosa, con las manos entrelazadas y mordiéndose el labio inferior. Enzo est