ENZO
La noche olía a lavanda y a luna. Caminábamos despacio por el jardín, uno al lado del otro, sin decir mucho. El aire estaba tibio y el silencio era tan tranquilo que podía escuchar el ritmo de su respiración, suave, acompasado con el mío.
Alessia levantó la vista hacia el cielo y una brisa juguetona despeinó sus cabellos claros. La luz plateada se deslizaba sobre su piel y juro que por un instante pensé que no podía haber nada más hermoso.
—Mira la luna, Enzo… parece tan cerca —susurró.
—Si estiro la mano, la bajo para ti —le dije, y ella sonrió con esa timidez que me partía el alma.
Nos detuvimos cerca de la fuente, el agua reflejando los destellos de la noche. Ella se abrazó los brazos, no por frío, sino por costumbre. Siempre lo hacía cuando estaba nerviosa. Adoraba que se pus