ADRIANO
El sol de la mañana entraba tibio por el parabrisas. Dalia iba a mi lado, con esa sonrisa suave que me había regalado cada día desde que volvimos a vivir juntos. Llevaba los pasteles en la parte de atrás del auto, envueltos con el mismo cuidado con el que ella parecía envolver mi vida: con amor, con dulzura, con esa dedicación que me desarma.
Mas de una semana. Solo habían pasado 10 días desde que la traje de vuelta a la mansión… y ya no recordaba cómo era vivir sin despertar con ella a mi lado. Era como si cada pieza rota en mí se hubiese empezado a recomponer con su sola presencia.
Habíamos entregado los pasteles al minimarket, y yo me disponía a dejarla en la universidad. Dalia miraba por la ventana, tarareando bajito una canción que salía de la radio, cuando de pronto, todo se desmoronó.
Dos autos negros aparecieron de la nada y nos cerraron el paso. Frené de golpe, el chirrido de las llantas desgarró el aire. Antes de que pudiera reaccionar, varias puertas se abrieron y