DALIA
El aroma dulce de la vainilla se mezclaba con el del chocolate derritiéndose, llenando toda la cocina recién estrenada. Mis manos estaban ocupadas batiendo, concentrada en la textura de la mezcla, cuando de pronto sentí un ligero polvillo de harina caer sobre mi nariz.
—¡Adrianooo! —exclamé riendo, limpiándome con el dorso de la mano.
Él estaba ahí, con esa sonrisa traviesa que tanto me desconcentraba, sosteniendo el colador en alto como si fuera un niño que acababa de cometer la travesura del año.
—Tú empezaste, mi hermosa flor… ahora atente a las consecuencias —dijo con ese tono grave que no admitía réplica, pero sus ojos reían.
Antes de que pudiera protestar, me levantó de golpe en sus brazos. Solté un grito entre sorpresa y risa, mientras la harina se escapaba de mis manos y manchaba su traje impecable.
—¡Adriano! Vas a ensuciarte todo —me quejé, aunque la risa me traicionaba.
—No me importa ensuciarme si es contigo —respondió, hundiendo su boca en la mía en un beso ardiente