DALIA
Los días habían empezado a tener un ritmo bonito, casi predecible… y me gustaba así.
En el minimarket todo iba perfecto. El trabajo era tranquilo, y la dueña, la señora Miriam, me trataba con un cariño que no esperaba cuando entré. Desde el primer día había notado mi gusto por la repostería y, una tarde, mientras me veía colocar las bandejas de pan en la vitrina, me lo propuso con esa sonrisa de comerciante que huele una buena oportunidad a kilómetros.
—Dalia, ¿por qué no vendes aquí tus pasteles? —me dijo, apoyándose en el mostrador—. Son un manjar, y estoy segura de que a nuestros clientes les encantarían.
La idea me sorprendió, pero acepté. Esa misma semana llevé una tanda de mis recetas favoritas: pies de maracuyá y limón, brownies de chocolate intenso, rollos de canela con glaseado… No solo se vendieron todos, sino que la señora Miriam notó algo que la entusiasmó aún más: los clientes compraban café o té para acompañarlos.
No pasó mucho para que mis bandejas de pasteles qu