DALIA
Dio un paso hacia mí, y mis dedos, como si tuvieran vida propia, se enredaron en la chaqueta de su smoking. Tiré suavemente, acercándolo más, hasta que nuestros labios se rozaron de nuevo.
—Te extrañé… tanto —confesé apenas en un suspiro.
Su respuesta fue inmediata: un beso profundo, desesperado, que me dejó sin aire. Mientras mi boca se rendía a la suya, mis manos trabajaban en la chaqueta, soltándola y dejándola caer al suelo, para seguir con los botones de su camisa.
Él llevó sus manos a mi cintura y subió lentamente por mi espalda, como si quisiera memorizar cada curva. Sus dedos bajaron el cierre de mi vestido suavemente, acariciando la piel de mi espalda, sentí el roce directo de sus dedos sobre mi piel, electrificando mi cuerpo.
—Dalia… —su voz era un gruñido suave, como si pronunciar mi nombre fuera un acto sagrado—. No sabes cuánto soñé con sentirte así.
Mis dedos encontraron el primer botón de su camisa y lo desabrocharon. Luego el segundo. Él no me apresuró, pero sus