DALIA
Su boca volvió a tomar la mía con una urgencia que me robó el aire. No había espacio entre nosotros, ni física ni emocionalmente. Adriano se movía como si hubiera esperado toda su vida para este momento… y yo sabía que, de alguna manera, era así.
Mi respiración se volvió errática cuando sus manos recorrieron mi espalda, dibujando con sus dedos cada curva, cada espacio que él descubría. Sus labios bajaban lentamente por mi cuello, marcando un camino ardiente hasta llegar a mi hombro.
—No tienes idea… —murmuró con la voz rota— de cuánto soñé con esto. Estoy en desventaja, tú me conoces bien, pero yo… yo te estoy recién descubriendo.
Su voz era un susurro bajo que me erizaba la piel. Sonreí; a pesar de haber limpiado su cuerpo, ahora todo era diferente. Lo acariciaba como si fuera la primera vez que lo tocaba. Ya había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevábamos haciendo el amor, pero cuando pensaba que habíamos acabado, volvía con más fuerza llevándome al cielo una vez más.
—Te