Se Acabó el Juego.

Llegué a mi escritorio con un temblor en el cuerpo que no pude disimular. Por más que intentara respirar profundo, el recuerdo de la camioneta gris seguía persiguiéndome como una sombra pegajosa.

Me dolían los hombros de la tensión. Me dolía la mente.

Noah caminaba pegado a mí, con su cuaderno de dibujos contra el pecho. Cada vez que escuchaba un ruido en el pasillo, se encogía un poco. Yo también.

Me senté e intenté abrir mi computadora, encenderla, hacer algo que se pareciera mínimamente a empezar el día. Pero apenas alcé la mirada, sentí la presencia.

El vidrio ahumado de la oficina de Caelan estaba cerrado. No podía ver su figura con claridad, pero podía sentir sus ojos.

Era extraño, inquietante. Un peso en la nuca, una especie de electricidad densa. No sabía si me vigilaba para protegerme o para no perderme.

Esa línea se había vuelto demasiado fina últimamente.

Abrí una carpeta, no la leí. Mis pensamientos regresaban una y otra vez al hombre de la gorra, a su mirada fija, a Noah
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