Posesivo.

Dorian sonrió. No como Caelan, no con ferocidad. Su sonrisa era pulida, educada, cuidadosamente encantadora.

Pero debajo… debajo había algo frío. Algo que hacía que la temperatura del pasillo bajara unos grados.

Cuando habló, su voz se deslizó como seda cortante.

—Vaya. Qué recibimiento tan… cálido para una mañana de trabajo.

Caelan tensó la mandíbula.

Yo, en cambio, sentí que mi corazón se volvía un punto tembloroso en mi pecho. Dorian miró a Noah con una expresión fascinantemente suave.

—Hola, campeón —dijo, agachándose un poco. Noah lo observó sin miedo—. ¿Vienes a ayudar a tu mamá hoy?

Noah asintió, tímido pero cómodo, demasiado cómodo. La reacción de Caelan fue inmediata: se interpuso ligeramente entre ellos, un gesto minúsculo pero imposible de ignorar.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Caelan, su voz más hielo que fuego.

Dorian se incorporó, sin borrar la sonrisa.

—Vine a revisar unos documentos. Recibí una solicitud para que supervise ciertos movimientos… y pensé que sería agradable
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