Control.
Las puertas del ascensor se abrieron con un sonido seco, y el silencio del piso ejecutivo cayó sobre nosotros como una losa. Noah apretó mi mano, mirando a su alrededor con ojos curiosos. Yo respiré hondo, tratando de parecer más tranquila de lo que realmente estaba.
Caelan avanzó primero, su presencia llenando el pasillo como si él fuera parte de la estructura misma del edificio.
Sus pasos eran firmes, calculados. Yo podía sentir, incluso antes de verlo girar la cabeza, que estaba pendiente de cada mirada que se posaba sobre mí, o sobre Noah.
Y entonces pasó.
Un empleado, joven, tal vez nuevo, con actitud demasiado confiada para alguien que apenas debía llevar meses allí, se cruzó con nosotros. Levantó una ceja, frunció la nariz y murmuró lo suficientemente alto como para que cualquiera lo oyera.
—¿Traen niños a la oficina ahora? Qué poco profesional.
Sentí cómo el aire se congelaba a mi lado.
Caelan se detuvo en seco.
Yo también. Noah me miró, confundido. El empleado, dándose cuenta