Las Cámaras.
La mañana comenzó tan silenciosa que me pareció sospechosa. No el tipo de silencio pacífico que calma, sino uno denso, como si la casa contuviera el aliento. Y yo también lo contenía, aunque no sabía por qué.
Quizá porque llevaba semanas durmiendo mal, despertando con la sensación de estar siendo observada. O quizá porque anoche Noah tuvo otro de esos episodios que me dejaban con la piel electrizada por horas.
Cuando empujé la puerta de su habitación, lo encontré sentado en la cama, con la manta apretada contra el pecho, la espalda rígida y los ojos tan abiertos que parecía que aún no había terminado de salir del sueño.
—Mi amor… ¿qué haces despierto tan temprano? —pregunté, tragándome la urgencia.
Su labio inferior temblaba. Noah no temblaba, nunca. Era un niño fuerte, sensible, sí, pero con un modo de enfrentar las cosas que siempre me sorprendía.
—No quiero ir al jardín —murmuró sin mirarme.
—¿Por qué? —me acerqué con cuidado, como si un paso brusco pudiera asustarlo.
Él giró la ca