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La Persona que Juré Olvidar.

El sol entraba tímido por los ventanales del piso treinta y cinco, filtrándose sobre el suelo oscuro de la cocina, mientras el aroma del café recién hecho se mezclaba con el murmullo suave de los dibujos animados que sonaban en la tableta.

Noah estaba sentado en su silla alta, intentando atrapar los trozos de pan con los dedos.

Su cabello castaño, tan rebelde como siempre, le caía sobre la frente.

Lo miré y sentí cómo algo dentro de mí se acomodaba. Como si, por un instante, el mundo se centrara solo en él.

Mi hijo.

Mi razón.

Mi única familia, aparte de mi hermana.

—Mamá, ¿hoy es día de paseo? —preguntó con la boca medio llena, los ojos curiosos brillando bajo la luz de la mañana.

—No, cariño —respondí, sirviéndome café en mi taza blanca con borde dorado—. Pero después del trabajo iremos al parque. Lo prometo.

Noah suspiró dramáticamente, inflando las mejillas, y tuve que contener una sonrisa.

Había heredado ese gesto de su padre, aunque nunca permitiría que lo supiera.

Después del desayuno, lo ayudé a vestirse. Pantalones claros, camisa blanca, zapatos marrones relucientes.

Cuando terminé de abrocharle el último botón, él me miró con esa seriedad que solo los niños saben fingir.

—¿Hoy tú también vas a usar traje elegante?

—Por supuesto —le sonreí, arrodillándome frente a él—. Siempre hay que lucir impecables.

Noah asintió solemnemente y me abrazó con fuerza.

—Recuerda, mi amor —susurré, respirando su aroma—, nada ni nadie puede detenernos.

Él asintió, sin entender la magnitud de mis palabras.

El viaje hacia el estudio fue tranquilo. Los rascacielos de Ravenshire se alzaban como columnas de acero bañadas en luz.

Para mí, la ciudad tenía dos rostros: el de la promesa, brillante como el acero; y el de la herida, que nunca terminaba de cicatrizar.

Quinn Design Studio no era solo una empresa. Era mi redención disfrazada de éxito. Mi venganza silenciosa.

La prueba viviente de que podía construir algo desde cero sin llevar el apellido de nadie.

Apenas crucé la puerta, el caos organizado me recibió: impresoras rugiendo, teclados sonando, voces apuradas.

Ese ritmo frenético era mi manera de no pensar. De mantener mi mente ocupada para no mirar atrás.

Llené mi taza de café, me puse los lentes de trabajo y me incliné sobre un plano a medio terminar.

—Buenos días, jefa —Clara, mi asistente, apareció en la puerta, sujetando su laptop—. Llamada con Aliana Group a las diez y el consejo de urbanismo a las once. Pero… hay algo más.

—¿Algo más? —pregunté sin levantar la vista del plano.

—Una propuesta de colaboración nueva. Muy grande.

—¿De quién?

Clara me extendió la pantalla.

Y entonces lo vi: el logo azul y plateado. Tan familiar que el aire pareció abandonarme.

VANCE CORP.

Mi corazón se detuvo. Una, dos, tres veces releí el nombre, negándome a creerlo.

—Debe ser un error —murmuré, dejando la laptop sobre el escritorio, casi con asco.

—No lo es —dijo Clara con cautela—. Es un proyecto internacional, señora Quinn. Si lo rechazamos, Aliana Group podría cancelar todo el contrato conjunto. Quieren trabajar con ellos.

—Yo no —dije, intentando controlar el temblor en mis manos—. No con esa empresa.

—No tendría que reunirse con nadie directamente —insistió—. Todo se haría por medio de representantes. Además, las cifras son… impresionantes.

—No se trata del dinero —mi voz salió baja, tensa—. Se trata de principios.

Clara me observó con incertidumbre.

—¿Ocurre algo?

—Nada que te incumba —respondí demasiado rápido, con una rigidez que ni yo pude disimular.

Ella asintió lentamente.

—Entendido. Pero debería pensarlo. Este contrato podría posicionar a Quinn Design a nivel internacional.

Suspiré. El café ya estaba frío.

—Déjalo sobre mi escritorio. Lo revisaré más tarde.

Clara asintió y salió, cerrando la puerta con cuidado.

El silencio me envolvió.

Y fue entonces cuando las palabras de Vivienne Vance, su hermana, regresaron como un eco venenoso.

Palabras que me habían perseguido durante años, como una maldición:

“No tenías ambición antes de él, Elara. Ni después la tendrás. ¿De verdad crees que puedes ser algo sin el apellido de mi hermano?”

“Deja de soñar. Las esposas como tú solo saben servir té y fingir sonrisas.”

Cerré los ojos un instante, apretando los puños hasta que las uñas se hundieron en la piel.

Había dejado mi trabajo como arquitecta por seguir a Caelan. Por acompañarlo en sus viajes, por convertirme en la esposa perfecta, en el trofeo que podía presumir.

Y cuando todo terminó, ni siquiera me quedó algo a qué aferrarme.

Recordar esas palabras me dolía, pero también me alimentaba. Porque ahora tenía mi empresa, mi nombre, mi independencia.

Cada ladrillo de ese estudio era una respuesta silenciosa a todo lo que esa gente me había arrebatado.

Vance Corp.

El apellido que había jurado no volver a pronunciar.

Apreté los puños. Me negaba a creer que fuera una coincidencia. Con Caelan, nunca lo era.

Horas después, el sol se escondía tras los rascacielos. Salí del edificio junto a Clara, mientras ella revisaba la agenda digital.

—Confirmaron la reunión presencial con los socios de Aliana Group. Lunes, nueve de la mañana —informó—. Juro que intenté sacarla, pero la quieren ahí.

—¿Lograste excluir a Vance Corp.? —pregunté, conteniendo la respiración.

Ella titubeó.

—No. Estarán presentes. Es parte del acuerdo.

El ruido de la ciudad pareció desvanecerse. El viento sopló frío contra mi piel, trayendo consigo un presentimiento que oprimió mi pecho.

Cinco años después, volvería a ver al hombre que me destruyó.

Lunes.

—Entonces, lunes —murmuré, con una sonrisa tan falsa como el aire que respiraba.

Mientras el reflejo del atardecer cubría los ventanales de la ciudad, entendí que el pasado no había terminado.

Solo estaba esperando el momento perfecto para alcanzarme.

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