Errores que Nadie Reclama.
El problema de los errores pequeños es que nadie los defiende, no son lo suficientemente graves como para exigir una explicación formal, ni lo bastante claros como para señalar un responsable.
Se filtran en la rutina como una incomodidad persistente: no rompen nada de forma visible, pero obligan a detenerse, a revisar dos veces, a desconfiar del propio procedimiento.
Ese día empezó así, con una puerta que no se abría.
No era literal, claro, era un acceso. Un permiso que siempre había estado ahí y que, de pronto, dejó de estarlo.
Introduje mi clave, esperé el segundo habitual de validación, y el sistema respondió con una negativa limpia, sin dramatismo, sin advertencias adicionales.
“Acceso no autorizado.”
Parpadeé, convencida de que había tecleado mal, volví a intentarlo, mismo resultado. No sentí alarma, sentí fastidio.
Ese tipo de error no debería ocurrir, no en mi oficina, no con mis credenciales. Revisé el historial rápido: el acceso figuraba como bloqueado desde la madrugada, por