El Poder no se Detiene.

El hospital tenía ese silencio artificial que no tranquiliza a nadie. No era ausencia de ruido, sino una acumulación de sonidos controlados: el pitido constante de los monitores, el murmullo de voces bajas, el roce de zapatos sobre el piso pulido.

Todo estaba diseñado para funcionar sin sobresaltos, incluso cuando las personas dentro se estaban rompiendo.

Caelan llevaba tres días internado.

Tres días de diagnósticos que no se cerraban del todo, de términos médicos cuidadosamente ambiguos, de frases como episodio agudo, descompensación, cuadro mixto.

Nadie se animaba a decirlo en voz alta, pero todos lo pensaban: no sabían exactamente qué estaba pasando dentro de su cabeza.

—Estamos observando —me explicó el psiquiatra por tercera vez—. Hay indicadores de estrés extremo, posibles trastornos disociativos, pero todavía es temprano para una conclusión definitiva.

Observando.

Esa palabra me resultaba obscena en ese contexto.

Caelan estaba medicado. Sedado lo suficiente como para no ser un
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