El Hombre que Firmó por Mí.
El sobre estaba donde no debía estar, no porque fuera secreto, ni porque alguien lo hubiera escondido con cuidado. Estaba simplemente… fuera de lugar.
Entre carpetas fiscales del año pasado y contratos recientes, aparecía ese papel más grueso, amarillento en los bordes, con una etiqueta escrita a mano que no reconocí de inmediato.
“Acuerdo de disolución.”
No decía “divorcio”, nunca lo había dicho.
Me quedé mirándolo varios segundos, como si el sobre pudiera moverse solo, corregir su ubicación, devolverme la excusa de no abrirlo. No lo hice, pero lo tomé con dos dedos, como si pudiera contaminar algo, y lo llevé al escritorio.
Mi oficina estaba en silencio: no un silencio dramático, sino el silencio operativo de los lugares donde se toman decisiones. Ese silencio siempre me había dado seguridad. Esa mañana, no.
Abrí el sobre.
Los documentos estaban ordenados con una pulcritud que me resultó extrañamente ajena: numerados, grapados en puntos exactos, sin marcas emocionales, sin notas al