La Versión más Cómoda.
No fue una decisión consciente, no hubo un momento claro en el que pensé voy a hablar primero con Dorian. No fue un gesto de traición ni una estrategia. Fue algo más pequeño, más humano y, por eso mismo, más peligroso.
Fue cansancio.
El cansancio de explicar desde el principio, el cansancio de medir palabras, el cansancio de sentir que cada frase podía convertirse en una alarma.
Me di cuenta una mañana cualquiera, frente al espejo del baño de mi oficina. Tenía el teléfono en la mano.
Un problema menor había surgido en uno de los sistemas, una falla que no era grave, pero tampoco irrelevante, y sin pensarlo, abrí la conversación de Dorian.
No la de Caelan.
Escribí: ¿Tienes un minuto? Algo volvió a fallar.
No lo envié de inmediato. Me quedé mirando la pantalla, esperando sentir culpa, no llegó. Solo alivio.
Lo envié.
Dorian respondió casi enseguida: Sí. Estoy libre. ¿Qué pasó?
Nada más, sin preguntas adicionales, sin suposiciones, sin urgencia teñida de miedo.
Guardé el teléfono y respi