El archivo llevaba tres semanas ahí, no lo había ignorado, eso sería más fácil de explicar; pero tampoco lo había olvidado. Simplemente… no lo había abierto.

Cada vez que el cursor se detenía sobre el nombre: Incidente_47B_Auditoría_Preliminar, algo en mi cuerpo se tensaba, como si anticipara un ruido fuerte, un golpe seco contra una superficie frágil.

Esa mañana, en mi oficina, decidí que ya no podía seguir posponiéndolo.

Cerré el correo, apagué las notificaciones, dejé el teléfono boca abajo sobre el escritorio, no por dramatismo, sino por higiene mental.

Si iba a volver al sabotaje, quería hacerlo sin interrupciones, sin la sensación de que alguien estaba observando cada movimiento de mis dedos.

Abrí el archivo.

El primer impacto no fue técnico, fue físico.

La presión en el pecho regresó, leve pero persistente, como una mano apoyada con demasiada confianza. Respiré despacio, obligándome a leer sin interpretar fechas, horas, direcciones IP, cambios mínimos en sistemas que, sobre el