Cuando el Miedo se Parece al Amor.
El incidente fue pequeño, tan pequeño que, en otro momento, ni siquiera lo habría recordado.
Uno de los asistentes dejó abierta una puerta secundaria en la oficina, nada grave.
Un descuido mínimo, pero Caelan reaccionó como si alguien hubiera dejado entrar una bomba.
—¿Quién fue? —preguntó, con la voz demasiado alta para un error tan insignificante.
Las conversaciones se apagaron, las teclas dejaron de sonar, el aire se volvió espeso.
—Fue… fue un error, señor Vance —respondió el joven, pálido—. Solo fui por café.
Caelan dio dos pasos hacia él.
—¿Te parece un error menor comprometer la seguridad del piso?
—Caelan —intervine, tocándole el brazo—. Ya está, no pasó nada.
Su cuerpo estaba tenso, demasiado, como un cable a punto de romperse. Me miró, parpadeó, y de pronto todo cambió.
—Tienes razón —dijo, retrocediendo—. Perdón. Exageré.
Se disculpó con el empleado, con el jefe de seguridad, con todos.
Demasiado rápido, demasiado calculado. Eso fue lo que me dio miedo.
Porque el Caelan que