El restaurante que Danna había elegido era un lugar de moda en el centro de la ciudad, con una decoración minimalista y un ambiente que intentaba ser sofisticado, pero que a mí me resultaba frío y despersonalizado. Las mesas de madera clara estaban espaciadas con precisión, las luces colgantes proyectaban círculos de luz sobre los platos, y el murmullo de las conversaciones se mezclaba con una música lounge apenas perceptible. Era el tipo de sitio donde la gente iba a ser vista, no a tener conversaciones íntimas. Una elección irónica, pensé, dado lo que estábamos a punto de discutir.
Llegué unos minutos antes, observando cómo el sol de la tarde se filtraba por los grandes ventanales, pintando el interior con tonos dorados que no lograban calentar la atmósfera. Pedí un té de hierbas, sus vapores aromáticos un intento fútil de calmar los nervios que me retorcían el estómago. La taza de porcelana blanca se sentía fría en mis manos, a pesar del líquido caliente. Mis pendientes, los mismos