Capítulo 6. Alianzas.

POV: Irina

La noche de bodas fue un silencio pesado, un abismo entre Gaspar y yo. Me desperté en mi habitación. María me trajo el desayuno sin atreverse a mirarme a los ojos. Todo en la casa gritaba que era una prisionera de un contrato.

Unos minutos después, oí voces en el pasillo. Era una voz femenina, alegre y con un acento distinto al napolitano. La puerta se abrió sin llamar.

Entró una chica de cabello oscuro y ojos vivaces, radiante. Llevaba una falda de cuero, una blusa de seda y una sonrisa que iluminaba todo el cuarto.

—¡Buenos días, cuñada! Soy Sofía Venturini —dijo sin dejar de sonreír—. ¿O debería llamarte señora Venturini?

Me quedé sin palabras. Era la primera persona que me trataba con amabilidad desde que llegué. Su energía era muy distinta a la de Gaspar.

—Solo Irina, por favor —murmuré.

Sofía se sentó en el borde de la cama y me miró con atención.

—He oído toda la historia. La boda, el trato de negocios, el mafioso ruso... ¡Qué melodrama! —dijo con un tono humorístico que me hizo soltar una risa amarga.

—No es un melodrama, Sofía. Es mi vida —le respondí, y por primera vez, las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a caer.

Al ver mis lágrimas, Sofía se volvió seria. Se acercó y me abrazó con fuerza. Era un abrazo sincero, no como los vacíos que había recibido hasta ahora.

—Lo sé. Lo siento, Irina. No era mi intención burlarme. Gaspar puede ser... un poco, bueno, muy cerrado. Pero es un buen hombre a su manera.

—No lo conozco —admití.

—Y él tampoco te conoce a ti. Pero ya lo harás. Te prometo que te acostumbrarás a este circo. Mi hermano es todo lo que tengo y siempre me ha protegido. Ahora me aseguraré de que también te cuide a ti.

Sentí un inmenso alivio. Ya no estaba sola. Ahora también estaban Iván, mi protector silencioso, y un ruso de confianza. También contaba con el apoyo de Sofía.

En ese momento, la puerta se abrió de nuevo. Iván entró con su rostro de siempre. Me miró y asintió.

—Irina, el señor te espera…

—¡Tienes que conocer el resto de la casa! Y yo te contaré todos los secretos de este lugar. Te prometo que no es tan aburrido como parece —dijo Sofía, levantándose con entusiasmo.

Mientras me levantaba, Iván se inclinó ligeramente.

—Irina, no lo hagas esperar.

Sofía sonrió de oreja a oreja.

—¡Vamos, Irina! A ver qué plan tiene mi hermano para su nueva esposa.

Llegamos al salón. Era un espacio inmenso, con techos altos y ventanales que daban al mar. En medio de todo, estaba Gaspar. Serio, con el traje de la boda todavía puesto, pero con la corbata aflojada. Nos miró a ambas, su mirada se detuvo en mi rostro.

—Sofía, necesito que te encargues de ella —dijo Gaspar, su voz grave—. Vístela bien. Esta noche la llevaré a una reunión.

Sofía dio un pequeño salto de emoción.

—¡Una reunión! ¡Por fin algo de acción en esta casa! ¿A qué tipo de reunión?

Gaspar la miró con una ceja arqueada, una mezcla de exasperación y cariño en sus ojos.

—Ponte seria, Sofía. La presentaré a mi círculo como mi esposa. Necesito que se vea... impecable.

—¡Claro que sí! —dijo Sofía, arrastrándome de la mano.

Cuando salimos del salón, Sofía y yo nos miramos. La tensión que había sentido por la presencia de Gaspar se desvaneció al instante. Ambas rompimos a reír.

—¡Oh, por Dios! —dijo Sofía, sujetándose el estómago—. La cara de Gaspar cuando le dije: emocionante. ¡Parecía que le había dado un ataque!

Yo no podía parar de reír. Era la primera vez en mucho tiempo que sentía una alegría tan pura.

—Tu hermano es... —empecé a decir, pero no encontraba la palabra.

—Un viejo gruñón —terminó Sofía por mí—. Pero es un viejo gruñón con buen corazón, ya lo verás.

Sofía me llevó a mi habitación. Tenía la misma edad que yo, y su entusiasmo era contagioso.

—Primero, necesitamos deshacernos de este estilo de monja asustada —dijo, revisando mi armario con un brillo en los ojos—. Te prometo que te verás tan espectacular que mi hermano se arrepentirá de no haberse casado contigo por la iglesia.

Nos pusimos a trabajar, riendo y bromeando. Con Sofía, no me sentía una prisionera. Me sentía... como una chica normal.

POV: Gaspar Venturini

Al salir del salón, noté una punzada extraña en el cuerpo. Eran dos chicas que lo estaban pasando bien. Pero no era momento para distracciones. Tenía que concentrarme.

Me dirigí a mi despacho. Iván me siguió; su silencio era una sombra detrás de mí. Cerré la puerta y el sonido del cerrojo fue el único ruido en la habitación.

—¿Alguna novedad de Serguei Ivanov? —le pregunté mientras me sentaba en mi escritorio.

Iván, de pie, mantenía su mirada fija en mí.

—Es como si se lo hubiera tragado la tierra, señor. No se ha movido.

—Sé que no es así. Un hombre como él no desaparece.

—No lo ha hecho. Solo se ha escondido, destruyó la Bratva de Dimitri Petrov, el padre de Irina. No quedó casi nadie. Desde entonces, opera en las sombras, moviendo sus piezas. No hay pruebas claras, solo rumores de que planea expandir su territorio.

El silencio se apoderó del lugar. Sabía que la amenaza era real. Serguei era un fantasma, pero su poder era enorme.

—Tenemos que reactivar la organización de Dimitri —dije, mirando a Iván.

Iván, por primera vez, mostró una pizca de sorpresa.

—¿Reactivarla? Señor, no queda casi nada. Los hombres que quedan están dispersos y sin líder.

—Ese es el problema. Serguei se aprovechará de ese vacío. Dimitri confió en mí para proteger a Irina, pero no puedo protegerla de un fantasma. Necesitamos una estructura, una red de apoyo que nos ayude a mantenerlo a raya.

Iván asintió lentamente, digiriendo mis palabras.

—Entonces... ¿Qué planea?

—Los hombres de Dimitri te respetan, Iván. Habla con los que quedan. Diles que la organización sigue viva. No para vengar a Dimitri, sino para proteger lo que queda de él y de su hija. Que se unan a nosotros. Que me ayuden a construir algo nuevo y fuerte. Que los nombres de Venturini y Petrov trabajen juntos.

Iván me miró a los ojos. En su mirada vi una nueva fortaleza.

—Y Serguei... ¿Qué haremos con él?

—Por ahora, lo observaremos. Dejaremos que piense que ha ganado, que crea que la banda de Petrov ha desaparecido por completo y, cuando menos lo espere, le demostraremos que se equivoca.

Iván asintió con la cabeza y adoptó una postura más firme.

—Lo haré, señor. Me encargaré de contactar con los viejos leales de Dimitri. Sabrán que no están solos.

—Bien. Ahora ve con las chicas. Asegúrate de que no hagan ninguna locura con los vestidos.

Iván sonrió levemente. Una sonrisa casi imperceptible, pero sonrisa al fin y al cabo.

—Muy bien, señor.

Se fue y me quedé solo de nuevo. La risa de Irina y Sofía todavía resonaba en mis oídos. En mi mundo, una risa era un lujo. Pero con ellas no sabía si era un lujo o un arma de doble filo. Tenía que mantenerme alerta, no podía relajarme.

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