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El timbre insistente del teléfono rasgó el silencio de la madrugada, haciendo que Eric refunfuñara. No tenía idea de quién lo llamaba a esas horas, pero el sonido no cesaba. Finalmente, con un bufido y la voz ronca por el sueño, extendió la mano hacia la mesita de noche. Ni siquiera se molestó en mirar el número; simplemente contestó.

—¿Qué quieres? —soltó, su tono reflejando su fastidio.

Al otro lado de la línea, la voz desesperada de Mariola lo golpeó como un balde de agua fría.

—Eric, no quería despertarte, lo siento mucho, pero tenía que llamarte… Mi hija ha tenido un accidente. Sé que ustedes están en proceso de divorciarse, pero creo que deberías saberlo… Por eso te llamé.

Eric se incorporó en la cama, el sueño disipándose al instante. Un escalofrío le recorrió la espalda, a pesar de la rabia que sentía hacia Tatiana.

—¿Cómo que ha tenido un accidente? —demandó, su voz repentinamente clara y urgente—. ¿Me puede decir exactamente cómo está ella?

Mariola, aliviada de que él hubier
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