Isaac, al notar el temblor en las manos de Julia y la mirada perdida en sus ojos, supo que debía detenerse. No era un experto en estas situaciones, pero la lógica le decía que no podía simplemente seguir conduciendo como si nada hubiera pasado. Se detuvo a un lado de la carretera, con las luces del auto iluminando la oscuridad.
—¿Te encuentras bien? ¿cómo te llamas? —preguntó de nuevo, su voz ahora más suave, menos dura.
Ella lo miró, sus ojos azules llenos de un miedo persistente.
—Me llamo Julia. Lo que ha ocurrido me ha dejado bastante asustada. Siempre transito por esa misma calle a esa misma hora, a veces un poco más temprano, un poco más tarde, pero nunca me había pasado algo así. La verdad, sé que debo tener más cuidado y si no fuera por ti, no sé qué habría pasado. Pero... ¿cómo es que has podido ayudarme?
Isaac sonrió. Una sonrisa genuina, cálida, que no llegaba a sus ojos grises pero que le dio a Julia una sensación de seguridad.
—Lo importante es que te encuentras b