Bianca abrió los ojos lentamente—la luz blanca y estridente de la habitación de hospital le golpeó las pupilas. Un zumbido sordo resonaba en su cabeza—y el olor a desinfectante le llenaba las fosas nasales. Su cuerpo se sentía pesado, como si hubiese estado durmiendo durante días—y una confusión profunda la asaltó. ¿Por qué estaba aquí? No recordaba nada más allá de un dolor de cabeza punzante en una farmacia.
Intentó incorporarse, pero un mareo repentino la hizo tambalear. Una mano fuerte y firme la detuvo, empujándola suavemente de vuelta contra las almohadas. Una voz profunda y familiar, que hizo que un escalofrío le recorriera la espalda, habló.
—No te levantes tan rápido. Te va a dar otra vez ese mareo.
Levantó la mirada y se encontró con un par de ojos azules tan intensos como siempre. La mandíbula tensa, la expresión seria. Era Eric Harrington, su exesposo. Sus ojos se abrieron de par en par. ¿Qué hacía él aquí? ¿Por qué la estaba cuidando? ¿Y por qué, después de tanto tiempo,