La señora Gil echó las carpetas hacia un lado para recibir al niño entre sus brazos.
— Oh, mírate, que elegante y guapo te ves con tu nuevo uniforme escolar… Ya eres todo un niño grande. — Comentó la señora Gil, apretando al niño entre sus brazos.
— ¡Elián! Conoces las reglas de la casa, tienes prohibido entrar en la oficina de la señora Gil… — Intentó corregir Ania al niño.
— Ay, déjalo. — La gran y amargada señora Gil sonrió, algo que solo se veía cuando Elián estaba presente. — Ya Elián es un niño grande, ¿No es así?
— Sí, abuelita. — El niño asintió, irguiéndose como un caballerito.
— Y él sabe que no debe tomar mis cosas y que aquí no debe jugar… — Agregó la señora Gil.
— Cielos, a este paso, ya no quedarán reglas por cumplir en casa… — Murmuró Ania, suspirando.
Y la verdad era que Elián había llegado a la mansión de la señora Gil para romper con todas las reglas de la gran señora.
Pero al mismo tiempo, el niño había llegado para darle un brillo de felicidad no solo a An