Capítulo 2

Capítulo 2

Después de aceptar el trabajo, Rafael pidió al mayordomo que le mostrara sus aposentos.

Siempre discreto y eficiente, el mayordomo guió a Patricia por los amplios pasillos de la mansión hasta una habitación cómoda, situada junto a la del señor Avelar.

—Este será su cuarto, señorita Patricia. Si necesita algo, estaré a su disposición. —Abrió la puerta, revelando un espacio acogedor, con muebles elegantes.

Ella agradeció con un leve asentimiento y entró para cambiarse. Se puso el impecable uniforme blanco, sintiendo cómo la responsabilidad se instalaba por completo. Respiró hondo y salió del cuarto.

Al regresar a la habitación del paciente, observó cada detalle con atención. Abrió la carpeta médica junto a la cama y comenzó a revisar las medicaciones, los horarios, los cuidados diarios y las rutinas. Todo debía seguirse al pie de la letra.

Mientras leía las anotaciones anteriores, su mirada se dirigió al hombre inconsciente en la cama. El señor Avelar. Aun en reposo, exhalaba autoridad. Su presencia era casi palpable.

Patricia se acercó y, con delicadeza, acomodó las sábanas sobre él. Tocó levemente su pulso, sintiendo la piel algo fría. Era el inicio de una nueva etapa, y estaba decidida a demostrar que era capaz.

Después de organizar todo lo necesario, Patricia tomó finalmente un libro que hacía tiempo quería leer y se sentó en el cómodo sillón al lado de la cama.

Pasó los dedos por la tapa antes de abrirlo y miró al hombre dormido frente a ella. Había algo en él que la intrigaba, quizá la imponencia que conservaba incluso en la fragilidad o el misterio detrás de su expresión serena.

Con una ligera sonrisa, como si hablara con él, preguntó en voz baja:

—¿Le molesta si leo un poco?

Esperó un instante, como si aguardara una respuesta. Su mirada recorrió el rostro de él, atenta a cualquier movimiento. El silencio era absoluto, roto solo por el ritmo de su respiración y el leve zumbido de los aparatos.

Suspiró, se acomodó mejor en el sillón y comenzó a leer. Pero, por más que intentaba concentrarse en las palabras, su atención insistía en volver hacia él.

Patricia sonrió sola al mirar el libro entre sus manos. Giró un poco hacia el hombre dormido y, aunque sabía que no respondería, preguntó con dulzura:

—¿Puedo leer en voz alta? Es una novela diferente a las que suelo leer. Espero que no le moleste.

Se acomodó en el sillón, cruzó las piernas y pasó los dedos por las páginas antes de continuar:

—Se llama Enamorada del Ex de mi Hijo. ¡Vaya! —rió bajito—. Si supiera la curiosidad que tengo por leerla... Bueno, allá voy.

Inspiró hondo y abrió en la primera página. Pero, antes de comenzar, su mirada volvió al rostro de él. Había algo casi irónico en la situación. Allí estaba ella, a punto de sumergirse en una historia prohibida, mientras cuidaba a un hombre que, en otra realidad, podría perfectamente ser el protagonista de un romance así.

Sacudió la cabeza para apartar los pensamientos y comenzó a leer, su voz suave llenando la habitación silenciosa.

—Serás mía...

Patricia suspiró.

—¡Ay, Dios! Qué ganas de oír eso... Solo en los libros, claro.

Levantó la vista del libro y miró al señor Avelar. Por su edad, se preguntó qué clase de hombre había sido. ¿Habría vivido un amor tan apasionado como el de aquella historia? ¿Alguien habría escuchado esa misma frase dicha por él con deseo?

Negó con la cabeza, riéndose de sí misma.

—Estoy perdiendo la razón... Mejor sigo leyendo.

Decidida a concentrarse, continuó la lectura. Sin embargo, a medida que la escena del libro se volvía más intensa, su voz comenzó a vacilar. Las palabras salían titubeantes, y un calor inesperado recorrió su cuerpo. Era como si, de algún modo, el paciente inconsciente pudiera escucharla, lo que la puso aún más nerviosa.

Tragó saliva y cerró el libro de golpe.

—Mejor lo dejo aquí... —murmuró, sintiendo las mejillas arder.

Antes de poder calmarse del todo, escuchó un suave golpe en la puerta. El mayordomo apareció, siempre impecable, y anunció:

—Señorita Patricia, el almuerzo está servido.

Ella casi suspiró de alivio.

—¡Gracias! —dijo, levantándose apresurada, como si huir de aquella habitación fuera la única forma de escapar del torbellino de sensaciones que aún la agitaban.

El mayordomo presentó a Patricia a la mayoría de los empleados antes de retirarse para hablar con el hijo del patrón. Mientras tanto, los trabajadores almorzaban, y el tema inevitable recayó sobre el señor Avelar.

—¿El señor Rafael le contó cómo fue el accidente que dejó al patrón en coma? —preguntó una de las empleadas, mirándola con curiosidad.

Patricia dudó un instante. Tragó saliva, sin saber hasta qué punto podía confiar en aquellos compañeros de trabajo.

—No —respondió simplemente.

Hubo un breve silencio antes de que otra voz añadiera:

—Fue un accidente de coche, hace dos años.

Las palabras flotaron en el aire, despertando aún más la curiosidad de Patricia. Miró a su alrededor, notando que todos parecían saber más de lo que estaban dispuestos a contar. ¿Qué había pasado realmente?

Patricia frunció el ceño, intrigada por la forma en que los empleados hablaban del accidente. Era como si hubiera algo entre líneas, algo que nadie se atrevía a mencionar abiertamente.

—Dos años es mucho tiempo... —comentó, observando los rostros a su alrededor—. ¿Los médicos nunca dijeron que podría despertar?

Los empleados intercambiaron miradas, y una de las cocineras suspiró antes de responder:

—Al principio, sí. Pero con el paso del tiempo, la esperanza fue desapareciendo. Hoy, solo el señor Rafael sigue creyendo en eso.

Patricia sintió un nudo en el pecho al oírlo. Recordó la forma cariñosa con que Rafael había tomado la mano de su padre esa mañana, la esperanza en su mirada. Él realmente creía que el señor Avelar podía volver.

Antes de que pudiera hacer más preguntas, el mayordomo regresó a la cocina. Lanzó una mirada discreta a los empleados, y la conversación se apagó de inmediato.

—Patricia, ¿ya terminó?

—Sí.

—Venga conmigo.

Ella se levantó enseguida, sintiendo el peso de todo lo que acababa de oír. Algo le decía que aquel trabajo traería más desafíos de los que imaginaba.

Patricia siguió al mayordomo por los pasillos de la mansión. Dos años en coma... era demasiado tiempo, y con cada día que pasaba, las probabilidades de recuperación disminuían. Sin embargo, algo dentro de ella le decía que el señor Avelar aún estaba allí, atrapado en algún lugar entre la oscuridad y la realidad.

El mayordomo se detuvo frente a la habitación del paciente y abrió la puerta, permitiéndole entrar.

—El señor Rafael pidió que esté atenta a cualquier cambio en el estado de su padre. Si nota algo inusual, avíseme de inmediato.

Patricia asintió, entrando en silencio. Se acercó a la cama y observó al hombre acostado. Ahora, con más calma, analizó cada detalle: los rasgos fuertes, el cabello ligeramente canoso, la barba sin afeitar.

Con un suspiro, se sentó en el sillón junto a la cama.

—Hola, señor Avelar... Creo que vamos a pasar bastante tiempo juntos —dijo en un tono suave.

Se sintió un poco tonta hablando con alguien que no podía responderle, pero, por algún motivo, continuó:

—No sé si puede oírme, pero su hijo cree que despertará. Y, bueno... yo también quiero creerlo.

Un silencio envolvió la habitación, interrumpido solo por el sonido de los aparatos. Patricia se acomodó en el sillón y volvió a tomar su libro, pero antes de abrirlo, lanzó una última mirada al hombre dormido.

—Voy a cuidar bien de usted, se lo prometo.

Y, sin darse cuenta, comenzó a leer, mientras los dedos del señor Avelar se movían levemente sobre la sábana por primera vez en mucho tiempo.

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