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La Deuda Prohibida del Don

La Deuda Prohibida del DonES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Shirley  Completo
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Resumen
Índice

El Don de la familia Falcón fue asesinado por una familia rival, dejando atrás a Livia, su esposa viuda. Su hermano menor, mi esposo, Cayo Falcón, tomó su lugar como Don. Sin embargo, con el título también vino una obligación: asegurar la línea de sangre de los Falcón, engendrando un hijo con la viuda de su hermano. —Alicia ha demostrado ser estéril durante años, ahora le toca a Livia hacer lo que ella no pudo. La familia Falcón no puede quedarse sin un heredero. —La voz de la Madre destilaba desprecio. Cayo me sostuvo entre sus brazos, susurrándome promesas. —En cuanto Livia quede embarazada, no volveré a tocarla, te lo juro. —Alicia, tú eres la única mujer que amo. Ya habían pasado tres meses y no ha pisado nuestra habitación. Después de que me ignoró frente a todos, eligiendo a Livia una y otra vez, terminé por irme. Me llevé lo que era mío y solo dejé una cosa atrás: una prueba de ADN. Fue mi regalo final para Cayo.

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Capítulo 1

Capítulo 1

En el gran Derby de los Falcón, se encontraba mi esposo, Cayo, abrazando a la viuda de su hermano, Livia, sosteniéndola junto a él.

Su vientre abultado llevaba al heredero que le habían ordenado darle, el fruto de las noches pasadas en su cama, no en la mía.

El aire estaba cargado con el aroma a cuero y whisky. Algunos de los hombres de Cayo se mantenían a una distancia respetuosa.

—Cayo, mira qué dócil es —dijo Livia con ternura, acariciándose el vientre—. Nuestro bebé la va a adorar.

Se refería a la yegua que fue un regalo de bodas.

Mi regalo.

Llevaba mi nombre: El Juramento de Alicia.

El brazo de Cayo estaba fuertemente enroscado alrededor de Livia, de la misma forma en la que solía sostenerme a mí.

Me apoyé contra la valla de roble, como espectadora silenciosa del teatro de esa mujer

La Madre; ese era el título de la madre de Cayo, estaba cerca, el diamante en su mano brillaba en la luz tenue.

—No seas sentimental. Llevas en tu interior al heredero Falcón. El próximo Don. Este caballo siempre estuvo destinado a su madre.

Solo entonces, Cayo se dio cuenta de que yo estaba parada en las sombras de la entrada del establo, así que lentamente soltó a Livia y caminó hacia mí.

—El médico dijo que los animales tranquilos son buenos para el embarazo —explicó, negándose a mirarme a los ojos—. Livia necesita este tipo de compañía.

Miré al hombre que una vez juró que solo me amaba a mí.

Aunque un destello de inquietud cruzó sus ojos, su orgullo mantuvo firme el tono de su voz.

—Alicia, por favor entiende. Esto es temporal, una vez que nazca el bebé…

No terminó la frase. En cambio, las riendas, el símbolo de nuestros votos, se deslizaron de su mano y cayeron en las manos dispuestas de Livia.

Ella fingió resistencia, pero no pudo ocultar la sonrisa triunfal que se asomó en sus labios.

Al extender la mano para tomar las riendas, su pie se enganchó convenientemente en un estribo.

—¡Ah! —Exclamó débilmente, desplomándose en los brazos de Cayo.

—¡Cuidado! —Cayo se lanzó hacia adelante para sostenerla.

—¡Dios mío, el bebé! —Livia se llevó las manos al vientre, sus lágrimas brotaron al instante—. Soy tan torpe.

Todos corrieron hacia ella, preocupándose, colmándola con atenciones. Yo fui la única que permaneció en su sitio, como una observadora fría del melodrama.

Mi silencio pareció provocar a mi suegra, quién se acercó a mí, con la voz convertida en un siseo bajo. —Alicia, llevas cinco años casada con mi hijo y tu vientre sigue vacío. Ahora que por fin tenemos a alguien que puede continuar nuestra sangre, ¿no me digas que ni siquiera puedes separarte de un maldito animal?

—Ella lleva nuestra sangre en su vientre y arriesga su vida por ello. ¿Y tú? Tú no le has dado a esta familia nada más que cinco años vacíos.

—No me importa lo que te enseñó ese padre militar tuyo. Aquí, el valor de una mujer se mide por los hijos que puede dar.

Miré a la yegua recordando mi noche de bodas, cuando Cayo había besado suavemente mi muñeca y me había dicho que, en la familia Falcón, una yegua de pura sangre era el regalo más noble, una promesa de que ella sería testigo de nuestro amor.

Ahora, era un premio para otra mujer.

—Es una yegua muy dócil —dije, con una voz tan serena que incluso a mí me sorprendió—. Es mejor para alguien que necesita descansar.

Mi compostura pareció inquietar a Cayo más que cualquier estallido de furia. Abrió la boca, pero no logró decir nada.

Esa noche, regresó a nuestra habitación por primera vez en tres meses.

El aire en la habitación era frío y denso.

—Alicia —empezó, acercándose por detrás, intentando abrazarme—. Sé que estás enojada, pero la situación de Livia es delicada, y la Madre…

No me moví.

—Voy a construirte un nuevo establo —dijo rápidamente, con voz suplicante—. Diez veces más grande y lleno de campeones. Solo… ten un poco más de paciencia. Por la familia. Por mí.

Alargó los brazos para atraerme hacia él.

Pero la mezcla de olores en su ropa me hizo quedarme helada; estaba el olor a heno del establo y el whisky en su aliento. Pero debajo de todo eso, había algo más: la dulzura empalagosa de las gardenias.

El perfume de Livia.

Luché contra una oleada de náuseas, frunciendo el ceño.

Por primera vez, el simple aire a su alrededor me provocaba asco.

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