La mano de Cayo se deslizó lentamente hacia la pistola en su cintura. El metal era frío e implacable.
—¡Cayo! —Gritó La Madre con terror—. ¿Qué haces?
—Lo que debí hacer hace mucho tiempo.
Su voz era escalofriantemente serena.
Livia vio el movimiento y su rostro se puso tan blanco como la cal.
—¡No te atreverías! ¡Tengo pruebas contra toda la familia Falcón!
—¿Crees que me importa la evidencia? —Cayo soltó una risa hueca y sin vida—. Alicia se fue, ya no tengo nada que perder.
En ese momento, Antonio irrumpió en la habitación.
—¡Don! ¡Una caravana del FBI se está acercando a la finca!
La mano de Cayo se detuvo, miró la sonrisa triunfante de Livia y retiró la mano lentamente.
—Ganaste —dijo—. Pero no te va a durar.
Se volvió hacia los guardias.
—Llévensela, denle algo de dinero y sáquenla de Nueva York. Asegúrense de que no la vuelva a ver jamás.
Livia, abrazando su vientre, fue escoltada fuera de la finca.
Antes de salir, miró a Cayo por encima del hombro.
—Te vas a arrepentir de esto.