Gema despertó sobresaltada, el corazón golpeando en su pecho como si hubiese peleado en sueños. Algo la empujaba a levantarse, un susurro interno que la impulsaba con urgencia: búscalo. Ahora.
Se cubrió con su bata de terciopelo rojo oscuro, una mano instintivamente sobre el vientre abultado, y caminó descalza por los pasillos del castillo. El eco de sus pasos se fundía con el silencio denso, cargado de presagios. Un escalofrío le recorrió la espalda. No sabía lo que iba a encontrar, pero lo sentía: algo estaba mal.
Cuando llegó al despacho de su esposo, encontró la puerta entreabierta. Se detuvo, el corazón suspendido, la respiración contenida.
—Mi rey… —susurraba una voz femenina desde el interior—. ¿Por qué sigues con ella? Yo puedo darte lo que tanto buscas. Un heredero fuerte, perfecto. Gema es débil… está rota…
Era Marina. La empleada humana se encontraba arrodillada frente al escritorio de Kyllian. Su vestido había caído hasta la cintura, dejando su torso desnudo, vulnerable, o