La sala de partos del castillo se había transformado en un campo de batalla silencioso. Gema, exhausta y con la piel perlada de sudor, luchaba contra un dolor agudo y persistente que se intensificaba con cada contracción. Sus manos temblaban, aferradas a las sábanas mientras el mundo parecía reducirse a aquel único instante en que la vida pendía de un hilo.
Kyllian estaba a su lado, firme como un faro en medio de la tormenta. Sus ojos, usualmente tan fríos y dominantes, reflejaban una preocupación profunda que nadie más había visto. Sujetaba la mano de Gema con tal fuerza que parecía intentar traspasar su propia inmortalidad para darle fuerzas a ella.
Las comadronas se movían con agilidad, intercambiando miradas tensas. Sabían que aquel parto no sería sencillo. La criatura que crecía dentro de Gema no era un bebé común. Las señales estaban en la fuerza del trabajo, en la manera en que el cuerpo de Gema parecía resistirse, como si el mismo universo conspirara para hacer que el nacimien