Capítulo 78
Kyllian apenas cerró la puerta de la habitación cuando una sombra se deslizó tras él por el pasillo. No la vio. No la oyó. Pero ella estaba allí. Observando. Esperando. Lo seguiría hasta la tumba, si hacía falta.
Mientras tanto, en las profundidades del castillo, los guardias cumplían la orden del rey. Cargaban el cuerpo de Alaric dentro de una caja de madera forrada con cadenas oxidadas y símbolos arcanos grabados a fuego. Nadie decía nada, pero todos sentían lo mismo: el aire estaba cargado, más helado que de costumbre, como si algo invisible les rozara la nuca.
La marcha hacia la cripta era silenciosa, casi solemne. Cada paso parecía más lento, como si el peso del cadáver se duplicara con cada escalón descendido. Las antorchas parpadeaban inquietas y una humedad densa comenzaba a trepar por las paredes, como si el mismo castillo supiera lo que estaba a punto de ocurrir.
Cuando llegaron, una figura femenina los esperaba en la entrada. Era la empleada que había acompañado