Capítulo 26

No pude conciliar el sueño ni por un segundo. De hecho, diría que la palabra “sueño” había sido borrada de mi vocabulario emocional, reemplazada por un estado de alerta que era mitad pánico, mitad anticipación. Creo que mi cuerpo se negó a pestañear más de tres veces seguidas, temiendo perder el control sobre la realidad y, lo que era más peligroso, sobre mí misma.

Había demasiados factores incontrolables en juego en ese momento preciso.

Primero, yo. Vestida con un traje de franela peluda que me hacía parecer un explorador polar en plena primavera.

Segundo, el hecho de que ese traje ridículo no lograba evitar la abrumadora conciencia de lo que me rodeaba. La cama king-size no era suficiente. Se había encogido hasta convertirse en una balsa a la deriva en un océano de testosterona.

A mi derecha, Félix Romanotti dormía boca arriba, con la paz imperturbable de una estatua de mármol. Estaba sin camisa y en pantalones de dormir, su piel bronceada brillaba bajo la luz tenue que se filtraba
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