La luna se alzaba como un ojo vigilante sobre los jardines del palacio cuando Anya se deslizó entre las sombras. El mensaje había llegado esa tarde, escondido entre los pliegues de una servilleta durante el almuerzo: "Invernadero real. Medianoche. Solo." La caligrafía elegante y puntiaguda no dejaba lugar a dudas sobre su remitente: Thalen.
El invernadero se erguía como una catedral de cristal bajo el manto estrellado. Sus paredes transparentes reflejaban la luz plateada, creando un espejismo de agua congelada en medio de la noche. Anya ajustó su capa oscura y miró a su alrededor, asegurándose de que nadie la seguía. El corazón le latía con fuerza, no por miedo, sino por la adrenalina de estar jugando un juego peligroso.
Al empujar la pesada puerta de hierro forjado, el aroma húmedo y terroso la envolvió. Plantas exóticas de todos los rincones del mundo se alzaban como centinelas silenciosos. En el centro, bajo la cúpula principal donde convergían todas las secciones, Thalen esperaba