El sol de la tarde caía sobre la fachada de piedra del Centro de Acogida San Mateo, proyectando sombras alargadas que se extendían como dedos sobre el pavimento. Thalia había insistido en visitar personalmente la institución benéfica que la Casa Real patrocinaba desde hacía décadas. Como candidata finalista, sus apariciones públicas se habían multiplicado, y esta visita representaba una oportunidad para mostrar su lado más compasivo.
Anya observaba desde una distancia prudente. Había algo en Thalia que siempre le había resultado enigmático, como si bajo su perfecta sonrisa y sus modales impecables existiera un universo de secretos cuidadosamente custodiados. La joven se movía entre los niños con una gracia natural, agachándose para hablar con ellos a su altura, acariciando cabezas y repartiendo abrazos que parecían genuinos.
—Es buena —murmuró Elian, que se había situado junto a Anya sin que ella lo notara—. Demasiado buena, quizás.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Anya, sintiendo un es