El automóvil avanzaba por un camino de tierra bordeado de cipreses centenarios. Anya observaba por la ventanilla cómo el paisaje se transformaba gradualmente, alejándose de la pulcritud de la capital para adentrarse en una región más salvaje y menos domesticada de Argemiria. El príncipe Elian conducía en silencio, con la mirada fija en el horizonte y las manos tensas sobre el volante.
—¿Estás seguro de que nadie nos ha seguido? —preguntó Anya, mirando por el espejo retrovisor.
—Salimos antes del amanecer por la puerta de servicio. Ni siquiera mi guardia personal sabe dónde estamos —respondió él sin apartar la vista del camino—. Solo Markus está al tanto, y sabes que es más leal a mí que a la corona misma.
El viaje había sido idea de Elian. Tras descubrir la existencia del hijo ilegítimo del rey, ambos habían acordado investigar más a fondo, lejos de los oídos y ojos del palacio. La antigua propiedad de la Reina Madre, abandonada desde su muerte, parecía el lugar perfecto para buscar r