El Palacio Eirenthal estaba diseñado para inspirar obediencia. Cada sala, cada pasillo, cada vitral antiguo era un recordatorio de que el poder residía allí desde hacía siglos. Sin embargo, Anya comenzaba a ver grietas invisibles en los muros. No físicas, sino estructurales. Zonas selladas. Alas olvidadas. Habitaciones que nadie limpiaba, pero que siempre estaban cerradas con llave.
Y, sobre todo, el ala norte. La única zona del palacio donde las cámaras de seguridad no estaban permitidas. Donde los criados solo entraban con autorizaciones especiales. Donde, según todos los comunicados oficiales, residía la Reina Madre durante su “delicado estado de salud”.
Anya ya no creía en esa versión.