Después de los recuerdos que reviví con Eleanor y los últimos días de mi abuelo, me sentía por fin centrada en el presente. Sabía que había llegado el momento de hablar con Alexander, de contarle la verdad sobre mi enfermedad.
Íbamos en un solo coche, ya que el mío lo había dejado en su oficina. No quería regresar allí ni mucho menos trabajar esa tarde. Ver a Eleanor me había dejado emocionalmente agotada, pero también con la fuerza necesaria para, por fin, enfrentar mi realidad.
Alexander conducía su elegante coche deportivo. Al parecer, el encuentro con aquella mujer también lo había afectado, aunque no por las mismas razones que a mí. Intuía que había un secreto entre Margaret y nuestras familias, algo que él sabía, pero que aún no era momento de revelar.
El silencio en el coche no era incómodo, sino apacible. Ambos habíamos aprendido que incluso en el silencio podíamos encontrar consuelo. Yo no pensaba romperlo todavía. Lo haría al llegar a casa, en la intimidad de nuestra habitac