Huellas del Desierto (2da. Parte)
El mismo día
Tikrit, Irak
Yassir
Pender de un hilo era horrible; yo lo sabía en carne propia. Mucho peor, sin embargo, fue sentir el tiempo en mi contra: las manecillas avanzaban y mi destino se me escurría de los dedos como granos de arena. Me aferraba con uñas y dientes a ese atisbo de esperanza, aunque la razón me gritara que quizá no era sensato. Quizá debía dejar de desafiar al destino, admitir que no había traído felicidad, sino que había manchado la casa de los míos.
Yo era, para qué negarlo, el ejemplo de cómo convertir la vida de quienes me rodeaban en un infierno. Aun así, me resistía a perder a Sara; me negaba a vivir de recuerdos y a torturarme con preguntas que no me dejaban dormir: ¿Dónde estará? ¿Será feliz? ¿Algún día podré conocer a mi hijo? No quería ese castigo. En el fondo guardaba la esperanza —casi infantil— de que Huda se compadeciera de mí.
Me planté ante la puerta de los Rashid con el corazón hecho trizas. El sol aplastaba la fachada, y en la vereda el polvo l