Huellas del Desierto (1era. Parte)
Tres semanas después
En las afueras de Kirkuk, Irak
Sara
Hay momentos en que la suerte se define en un segundo: ese segundo que parece detener el tiempo, el latido que truena en el pecho y te obliga a barajar mil escenarios en una sola exhalación. En ese punto lo único que cabe es respirar hondo, no dejar que la desesperación te devore y aferrarte a la idea de que vas a salir viva; que, si eres lo bastante astuta, el destino volverá a estar en tus manos.
Yo conté luego que fueron los segundos más eternos de mi vida. Me acuerdo del murmullo lejano en los pasillos —los empleados de mi abuelo hablando de trivialidades como si nada— y cómo, en contraste, mi propio cuerpo se desbocaba: las palmas empapadas de sudor, el estómago hecho un nudo, un frío húmedo recorriéndome la columna como si la casa supiera que ahora yo quería romper sus reglas. Estábamos agazapadas entre las columnas del corredor; la piedra bajo mi espalda vibraba con cada paso que se acercaba. Desde ese recoveco, la puerta