Ojo por ojo (4ta. Parte)
El mismo día
Bagdad
Yassir
Comprendí, tal vez demasiado tarde, que debía guardar la cobardía en un baúl y sacudir el polvo: era hora de proteger a la mujer que amaba y al hijo que venía en camino, sin importar la vergüenza que eso trajera a mi apellido, ni el veneno que la víbora vertiera sobre mí. Sentí en ese instante una rabia caliente y profunda: rabia por todo lo que me había impuesto Latifa, por la forma en que me redujo a un hombre que calla para que otros no señalen. Pero esa furia se mezclaba con otra cosa más honda y más íntima: el amor por Sara, por su manera de mirar las cosas con honestidad y por la vida que latía en su vientre. Supe que, aunque los cielos se vinieran abajo y mi padre me diera la espalda, no podía seguir siendo prisionero de un matrimonio sin alma.
La escena en la casa se me vino encima como una tormenta. Latifa había escupido su veneno en voz alta, intentando convencer a todos de mi locura, y con lágrimas fingidas había creado su mentira: “estoy embaraza