El aire en el campamento de Wolf se había vuelto un presagio. Un silencio pesado, cargado de un miedo nuevo y desconocido, había sustituido al bullicio de los preparativos. Los hombres y mujeres, que unas horas antes habían cantado con orgullo al cruzar el río, ahora se veían las caras con rostros pálidos y ojos de terror. La esperanza, su faro más brillante, se había desvanecido en las sombras de la noche, arrebatada por los fantasmas de Haldor.

Wolf caminaba como un huracán por el campamento. Cada paso era una onda de furia que golpeaba la tierra. Buscaba a su amor, a su princesa, a la mujer que le había devuelto su alma. Y no la encontraba. La habían secuestrado. Los espías, que se habían retirado en la primera escaramuza, habían regresado para asestar el golpe más cruel de todos. Se habían aprovechado de su amor. Se habían aprovechado de su esperanza. Y se habían llevado a Christina.

Sus pensamientos lo llevaron a la última conversación que habían tenido. La noche anterior, bajo l