La cena de esa noche fue un infierno silencioso. Me senté a la mesa principal, fingiendo comer mientras sentía los ojos de Hjordis sobre mí, como un par de dagas heladas. Rajar estaba a mi lado, pálido y tenso. Apenas cruzamos miradas, pero entre nosotros flotaba la conversación de los establos, una verdad peligrosa que compartimos.

El salón estaba lleno de guerreros y jefes, todos con caras largas y preocupadas. La derrota había golpeado fuerte el orgullo de la Reina Madre, y el ambiente era denso. Haldor, con su mirada fría, no dejaba de vigilar a Rajar y a mí. Cada vez que alzaba la copa, cada vez que cortaba un trozo de carne, sentía su atención.

Sabía que mi oportunidad con Rajar sería mínima, quizás una sola frase, un intercambio rápido. La vigilancia era extrema. Los sirvientes se movían con rapidez, y Hjordis no apartaba la vista de nosotros.

Cuando la cena terminó, y la gente empezaba a dispersarse, vi a Rajar de pie, hablando con un guerrero grande y fornido. Sus voces eran b