La niebla seguía ahí, un velo blanco que no dejaba ver nada, pero que escondía muchos peligros. La derrota de Hjordis había cambiado el aire del castillo. Ahora se sentía más denso, cargado de la ira fría de la Reina Madre. Yo, Christina, estaba justo en el centro de esa tormenta.

Las horas después de la noticia de Rajar fueron eternas. Cada crujido de la madera, cada voz lejana, me hacía saltar. Hjordis estaba buscando al traidor. Y yo sabía que sus ojos, y los de sus sirvientes leales, estaban fijos en mí. Hilda y Kael estaban en peligro. Y yo también.

Intenté mantener mi rutina: comer lo poco que podía, sentarme junto a la ventana, fingir que bordaba. Pero mi mente no paraba. Tenía que pensar rápido. Wolf estaba a salvo, ¡gracias a los dioses! Pero yo no. Y Hjordis no se quedaría quieta. De hecho, sentí que la soga se apretaba.

La Sombra de Hjordis

Esa tarde, me llamaron a los aposentos de la Reina Madre. Mi corazón latió con fuerza en mi pecho. Este era el momento. Me puse mi mejor