La noche cayó sobre el castillo como un pesado manto de desesperación. El frío se me colaba por los huesos, y no era solo el invierno. Era el frío de la soledad, de la imposibilidad. Rajar me había abandonado a mi suerte. Su miedo era un muro insuperable. Me había dicho que no podía ayudarme. Y me había dejado sola, de nuevo, en la boca del lobo.

Volví a mi habitación. La seda de mi vestido se sentía como una burla. Una futura reina, atrapada como un ratón en una jaula, esperando ser descubierta por la cazadora. Las palabras de Hjordis, sus advertencias veladas, los interrogatorios a Kael y Hilda, todo se arremolinaba en mi mente. La soga, que antes sentía apretarse, ahora me ahogaba.

Caminé de un lado a otro de mi habitación. No podía dormir. Cada sombra parecía un espía, cada crujido un guardia. La ventana era una burla, una promesa de libertad que no podía alcanzar. El desfiladero, donde Wolf había escapado, ahora me parecía un mundo lejano e inaccesible.

¿Qué podía hacer? No había